jueves, septiembre 15, 2005

Eviterno

No distinguía de la realidad, por dentro se me aceleraba el corazón, mamá nos había llevado junto a mis primos, a un lugar que no sabía existía, era una playa tras un túnel a cinco minutos de casa. Habían casas muy unidas entre sí, casi sin espacio. Vino una ola que no supe de que forma tragué agua salada. Era una de las playas más extrañas que había visto, el cielo estaba con el sol de la tarde en la hora que le sigue al almuerzo. Lo recuerdo bien porque veníamos de la casa de la abuela con mis primos como solía ser desde la infancia. La gente comenzó a mirar el cielo y el viento estaba a más de 70 km/hr y se veían venir tapando el sol unas nubes oscuras que cubrirían el cielo en unos minutos. Oscuridad que se asemejaba a un eclipse. Nos resguardamos con el resto de la gente que se comportaba como un ejército que se sabe las reglas a la perfección. La casa se llenó de gente, y el hombre del que se me borra el rostro, conducía sin pánico a las personas en un túnel subterráneo donde sólo se podía ir caminando por familias. Salimos a un lugar que se nos hacía desconocido, mamá fue a preguntar donde estábamos, y nos dijo que no nos moviéramos del lugar. No veíamos a nadie. Mi hermana miró los edificios que estaban detrás de nosotras y la rareza de la arquitectura me dejó absorta que cuando me di cuenta, mi hermana iba muy lejos internándose por aquellos edificios que cambiaban de tamaño formando un laberinto. La perseguí para que no se alejara más, pero no me oía, seguía abstraída por todo lo que se iba mostrando ante nosotras. Estábamos en lo alto de donde habíamos dejado a mamá y a mis primos. Era como una cuidad aparte, sin vida, que llegaba a asustar, pero a mi hermana parecía no importarle. Corrí tras ella gritando su nombre hasta al llegar a un cementerio sin tumbas en la tierra, que imitaba la estructura arquitectónica de la ciudad, pero en una miniatura. Por fin se detuvo. Habíamos topado con un río que apenas se veía correr el agua de su superficie, y de un color casi pantanoso que se perdía la luz a muy pocos centímetros de mirar su profundidad. Más adelante, en medio del río se hacía fácil en una persona habituada intentar cruzarlo si se saltaba rápido en la roca que estaba estratégicamente pulida. Al saltar, vi como mi hermana perdió el equilibrio. Me tiré a nadar casi por instinto para ir a ayudarla, pero las algas y la densidad del agua apenas permitía mantenerse a flote, como si la fuerza gravitacional fuera otra en ese lugar. Traté de agarrar una raíz para no hundirme, y logré salir como pude, arrastrándome por la orilla, estirando las manos lo más lejos para hacer fuerza para salir. Mi hermana se afirmaba de la roca con la misma fuerza, pero se estaban fatigándole los músculos y no aguantaría por mucho más tiempo.

Jamás lo olvidaré. Desapareció de la misma forma que lo vimos venir entre las tumbas laberínticas a salvar la vida de mi hermana.

Con los años, a la muerte de mamá, rompimos el silencio del mundo que nos mostró, como un pacto que se rompe al faltar uno de sus integrantes.
Nos preguntamos de la playa, y cómo lo hizo aquél hombre para nadar con una especie de dominio sobre el río. Buscamos el túnel como si la orientación hasta él hubiese sido un don. Ahí estaba nuestra mamá, muy feliz de vernos, como si nos hubiese estado esperando. Nos dijo que esa era la única vez que entraríamos como parte de los vivos. Que aquel día de nuestra infancia había sido el día que ella tuvo para ir a ver a los suyos, y que por traernos casi pierde una hija si no hubiera sido por el abuelo que llegó a tiempo al río y la condujo hasta nosotras cuando habíamos perdido la conciencia en medio del laberinto.

Debíamos regresar antes que las nubes cubrieran el sol, miré bien a mi madre por última vez guardando su imagen viva para siempre en mis recuerdos. Alcanzamos a avanzar hasta poco antes del túnel, cuando se detuvo a despedirse de mí. Su rostro se había vuelto al que tenía cuando éramos niñas, y su ropa, la que llevaba el día que se cayó en ese río.

Comprendí la razón por la que se había internado aquel día en el laberinto. Pertenecía a ese mundo. Y ahora acompañaba a mamá y al hombre que había salvado su vida.
Cerraron la puerta.
Volví por el túnel como los demás.