sábado, diciembre 10, 2005

infierno

No podía retroceder, habíamos avanzado dos cuadras y mis amigos se interponían como redentores se oponen a la maldad. Pero en mi mente seguía el extraño individuo del auto blanco. Antes de girar y perdernos por las calles, acorté mis pasos dejando a mis amigos más adelante hasta volverme y ver que venía corriendo diciendo que esperara. Nos invitó a su casa, diciendo que no conocía a nadie en la ciudad, con un acento inglés que delataba su procedencia. Accedimos casi sin darnos cuenta. Arrendaba una casa en las afueras de la ciudad junto a otros extranjeros; al llegar nos dijo que estábamos a punto de acercarnos a presenciar la verdad entre lo divino, y aquellos que contaminaban el mundo. Mis amigos comenzaron a inquietarse, mas, yo acepté junto a otras personas que estaban sentados en círculos, una vasija con un líquido alucinógeno que nos transportaría a nuestros miedos. El hombre hablaba aquello en inglés, sólo entendiendo algunas de sus palabras. Lo observé por varios minutos hasta que sentí como el sueño se apoderaba de mi cuerpo y no lograba dominar el letargo. Me vi junto a todos los integrantes de la sexta y mis amigos como uno más de ellos, todos vestidos de negro ante una gran audiencia que observa el sacrificio, intenté sentarme, pero el hombre hizo un ademán de silencio tomando mi espalda enterrando suavemente un cuchillo con la hoja horizontal a mis costillas. No tuve miedo. Sentí como pasaba y perforaba mis pulmones, mientras su mirada no se alejaba de la mía. La mujer que se acercó y dijo que la traición era parte del juicio, tenía razón. Confundían las pruebas para poder juzgar.
Me desvanecí hasta un lugar donde nadie miraba a los ojos, caminaban todos por un suelo negro y gelatinoso. Pregunté qué pasaba, pero nadie hablaba. Venía una ola gigante que nos arrastraba hasta una playa, donde se repetía la estatua blanca de un león, el suelo movedizo y la oscuridad. Al salir en otra playa, no se encontraban los anteriores, así que volví a preguntar, y esta vez alguien me explicó que estábamos condenados a morir eternamente allí. Y que todos buscaban la playa donde se abría un vórtice, pero sabrían ver la salida y el tiempo que tardaría en cerrarse, sólo aquellos que caían por error. Estaba en la siguiente playa, y sólo me lancé. Al otro lado, estaban en un barco lleno de gloria y celebraciones los que parecían haber partido en un viaje muy diferente al mío. Me ayudaban a subir sin hacer preguntas, como si fuese el último invitado que esperaban para continuar la fiesta…

Cuando desperté del alucinógeno, del que creí no volver, ya era parte de uno más de ellos y no podía retroceder.